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Ondas del Mundo. Por Naran Sodnomyn

Revisando unos álbumes de fotografías, de aquellos años de mi pasado, encontré varias imágenes que tomó Lucio, hace 37 años atrás, en las montañas de Crimea. Los montes de Crimea son una cadena montañosa que recorre en paralelo la costa sureste de la península de Crimea, que está a unos 13 kilómetros del mar. Hacia el oeste, las montañas caen bruscamente al mar Negro, al este, el paisaje cambia lentamente hacia una estepa.  

Esto pasó en los finales de agosto de 1985 cuando regresé, de mis vacaciones de verano en Mongolia, a mi querida Kiev. Hasta la actualidad conservo la amistad de Galya Erofeeva, quien es mi amiga desde el primer año que ingresé al Instituto Politécnico de Kiev. Ella es ucraniana originaria de Shakhtersk, región de Donetsk, vivimos dos años juntas en el dormitorio de la universidad, hasta que se casó con Andrey Khirsin.

En una pequeña reunión entre amigas de la facultad, me preguntó Galya si me interesaba hacer un viaje a las montañas de Crimea, pero no íbamos a llegar al mar Negro, nos quedaríamos en las montañas.  Le dije: ¿cuándo? Galya, con seriedad me dijo: está planeado para finales de abril del próximo año. Ya que en esas fechas hay un súper “puente”, como dicen en México, pues se juntan diez días festivos con fines de semana.  Me puse feliz, contesté muy rápido que sí, pero ellos dijeron: Si no tienes un novio o un acompañante del sexo masculino no puedes venir con nosotros. Yo les dije: ¿para qué quiero un hombre? A lo que me respondieron: Ah chula, es para que te lleve tus “chivas” (equipaje) y comida de varios días, ya que todo eso pesa para subir a la montaña.

Entre chicas estábamos pensando a quien le diría que me acompañe, de repente mi amiga Ira dice: invita a ese chico simpático mexicano, que te hace muchos cumplidos y detalles. Claro que me gustó la idea y fui a buscar a mi amigo mexicano, Lucio, quien después se convirtió en mi novio, esposo y padre de mi hijo. Le expliqué la situación y condición que me pusieron mis amigas para que pueda ir al viaje con ellos. Otra cosa de aquellos años que se nos hacía difícil era comprar los boletos anticipados, ya que costaban 64 de rublos, casi 260 dólares americanos. Lucio aceptó con emoción, aún no sabía que el mexicano era aventurero igual que yo, le encantaba tomar fotografías y viajar.

De esta manera nos organizamos y planeamos nuestro viaje con ocho meses de anticipación. Llegó el lunes, 28 de abril de 1986, un día de alegría y aventura, nada más era de pasar la primera hora de clases con el decano de la facultad, Dr. Abakumov Valentinom. Inició la clase, pero nuestro decano tenía un rostro muy serio y triste, empezó de hablar sobre la vida y las decisiones que uno debe de tomar en ella, etcétera, en lugar de impartir su materia. Nos dijo que un conocido escuchaba la radio La Voz de América, donde están diciendo que el Gobierno de la Unión Soviética está ocultando el accidente nuclear en la central Vladímir Ilich Lenin, ubicada en el norte de Ucrania, ocasionado cuando uno de los cuatro reactores empezó a arder, provocando lo que acabaría siendo el peor desastre nuclear de la historia hasta ese momento.

El profesor nos sugirió que nos comunicáramos con nuestras familias o que fuéramos a verlos. Terminando la clase, que duró una hora, nos dirigimos a la terminal de trenes sin razonar mucho de lo sucedido, pues íbamos “borrachos” de emoción por nuestra aventura en las montañas de Crimea. En este viaje iban en el tren Andrey Khirsin, Galya Erofeeva, Lucio Moreno, Oksana Krupa y nuestra amiga Ira Kuksova, quien ya nos estaba esperando en la ciudad Simferópol con sus dos amigos.

En el tren, la gente empezó a preguntarnos: ¿están huyendo de la situación? ¿cómo está la ciudad de Kiev? Poco a poco mucha gente nos empezó a contar lo que sabían del accidente o sus deducciones. Llegando a Simferópol nos encontramos con nuestras amistades, así dio inicio nuestra aventura en las montañas de Crimea, que duró una semana. Nos la pasamos muy contentos alejados del mundo exterior.

De regreso a casa, bajando del tren, nos impactó lo que vimos, la ciudad estaba sin gente y había un silencio que daba miedo. Normalmente, en las terminales de trenes hay mucha gente y siempre está lleno de taxis, pues Kiev es una ciudad con siete millones de habitantes y verla sin gente fue impactante. Por todos lados en las calles estaban regando agua con pipas (camiones cisterna) y en los parques o afuera de nuestros dormitorios, estaban los técnicos con un medidor checando el nivel de radiación.

Muchos estudiantes renunciaron y regresaron a sus casas sin terminar el ciclo escolar. Todavía nos tocaba hacer las prácticas y salir de vacaciones casi a inicios de julio. Tuvimos que sobrevivir a las muchas mentiras y especulaciones que decía la gente sobre cómo prevenir las radiaciones. Probamos de todo y comíamos y tomamos de todo por miedo a morir de radiación.

Cada año, cuando se habla sobre el accidente del Chernóbil, pienso que a lo mejor este viaje a las montañas del Cáucaso nos salvó de las nubes que provocaron la lluvia radiactiva sobre de Kiev. También debido a este viaje encontré al amor de mi vida, que como consecuencia me regaló otra patria, que es México. También me consta, afortunadamente, que no sé de ningún casó de mis paisanos, amigos y compañeros de la facultad, que haya muerto o esté enfermo por consecuencia de la radiación del trágico accidente de Chernóbil. 

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